Cómo educaban los mayas a sus hijos

Sin duda alguna es interesante conocer la manera de cómo educaban los mayas a sus hijos y cómo les transmitían todo el conocimiento y rituales que se practicaban en esta cultura.

Después del nacimiento

Dentro de los cinco días siguientes al parto, que era atendido por una mujer experta, la cabeza del niño era colocada entre dos tablillas atadas para que se aplanara su frente o se modelara como era su costumbre.

Además se depositaba al recién nacido en una cuna fija sobre la que se colgaban pequeñas bolas para que sus ojos bizquearan, lo cual era en símbolo de belleza.

Como sea que al abandonar la cuna los niños iban a horcajadas sobre la cadera de la madre, esto hacía que se combaran sus piernas.

De recién nacidos, a los niños les ponían una cuenta blanca pegada a la coronilla y a la niñas una concha que les tapaba el sexo.

Además se les elegía un nombre a los niños.

La adolescencia

Entre los mayas no había “bautizo”; sin embargo, la ceremonia más importante para los niños y niñas era la llamada “entrada a la pubertad”, el tránsito de la edad infantil a la edad adulta.

En la “ceremonia de la pubertad” el sacerdote era quien quitándoles los atributos que llevaban desde de su nacimiento les daba acceso a la edad adulta.

Cómo educaban los mayas a sus hijos

Para ello se sentaba en un sitial, rodeado de otros sacerdotes de menor rango, y después de haber purificado el recinto donde tenía lugar la ceremonia, los niños de ambos sexos, después de haber ayunado, iban echando maíz y copal en los incensarios mientras el oficiante, adornado con un tocado de plumas de color rojo empuñaba un palo guarnecido con colas de serpiente de cascabel.

Mientras los demás sacerdotes colocaban unos pañuelos blancos sobre las cabezas de los niños y niñas, el oficiante, una vez hecho esto, mojaba las colas de su extraño hisopo y les rociaba.

Se tocaba luego a cada neófito “nueve veces en la frente” y, tras unas abluciones en manos y pies, les quietaba la cuenta blanca a los niños y la concha a las niñas declarándoles núbiles y ofreciéndoles a las niñas ramilletes de flores y a los niños tabaco.

Tras esta liturgia, le ceremonia terminaba en un copioso banquete. El agua con que habían sido rociados tenía una simbología: celebraban el advenimiento de la pubertad, a la nueva vida del amor y de la fuerza, el hecho de rociarles con agua de rosas y cacao señalaba el vigor de las pasiones a las que iban a enfrentarse a partir de aquel momento.

La herencia material

La herencia era patrilineal; los hijos heredaban y se repartían lo que el padre había acumulado, actuando la madre como guardiana del patrimonio familiar y, en caso de faltar, la responsabilidad recaía en algún, hermano del padre.

Cuando los hijos llegaban a su mayoría de edad se les entregaba de la herencia ante funcionarios del pueblo.

El respeto

Los jóvenes sentían un gran respeto por su padres y por las personas mayores en general; obedecían puntualmente lo que se les indicaba o corregía y trabajaban con ellos. La camaradería entre padres e hijos era notoria.

Los muchachos cazaban y aprendían de la naturaleza. Cuando cazaban murmuraban una plegaria antes de matar a cualquier animal.

Una vez cazado, el animal se entregaba a un amigo o compañero de caza que, a su vez, le devolvía al cazador un trozo; esto se hacía a fin de que el animal muerto no pensase que su cazador carecía de respeto hacia él.

El trato a los demás

La costumbre exigía que los mayas fueses hospitalarios y proporcionasen a sus huéspedes alimento y bebida. Los jóvenes aprendían por la costumbre, de manera que cuando acudían a visitar a alguien debían llevar siempre un presente.

Tenían que ser humildes y repetir en todo momento el título de las personas, especialmente si se dirigía a un Señor.

Creían que todas las cosas del mundo poseían vida, sensibilidad y alma y que los objetos fabricados por los seres humanos recibían algo del alma de su creador. El robo eran aborrecido y, como dejó escrito Fray Diego de Landa, arzobispo de Yucatán, “antes de la llegada de las tropas castellanas no había ni robos ni violencia.

La Conquista significó el principio de los tributos, de los pagos y la Iglesia, el principio de las contiendas”.

El papel de las mujeres

Las hijas, por su parte, eran imágenes de sus madres. Disciplinadas siempre, aprendían a cocinar, tejer, hilar y también a disponer de conocimientos básicos que se consideraban necesarios para ejercer con eficacia su papel dentro de la sociedad maya.

El recato femenino era requerido a tal extremo que las mujeres jamás dirigían su mirada públicamente a los hombres en sus reuniones y, al servir la comida o la bebida a sus padres o esposos siempre lo hacían mirando a un lado y con cierto desdén. Se reunían con otras mujeres de su misma edad, siempre lejos de los hombres y excusando su presencia.

Las madres les enseñaban minuciosamente los oficios y el cuidado del hogar y los placeres y las virtudes del sexo. Hilaban el algodón, tejían mantas, se ejercitaban en labores delicadas, preparaban los alimentos y lavaban la ropa y el menaje del hogar, además de tomar parte en la siembra y en la cosecha.

El papel de los hombres

Por su parte, los varones jóvenes eran aleccionados por sus padres en los que sería su actividad futura y acudían a las escuelas en función de hacía donde orientarían su vida: la vida militar, el comercio, las actividades artísticas, el sacerdocio, etc.

En tanto no tomaban esposa, los jóvenes contaban en cada aldea con “una gran casa, pintada de blanco y abierta por todos lados -explica fray Diego de Landa-, en donde se reunían para jugar, comer y divertirse”, añadiendo, además, que llevaban a estas casas “mujeres públicas”.


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